lunes, 16 de julio de 2012

El mar.

La sabiduría, el arte de la negociación.
Eso es lo que mi cabeza  y mi corazón llevan haciendo bastante tiempo, creo que toda la vida.
El piloto automático, esa lucecita roja que estaba en mi cabeza indicando a saber qué, parece que se ha parado, parece que el estilo gongorino, esa increíble forma de decir todo sin decir nada, de ocultar la verdad con palabras bonitas y transformar la realidad, a algo único y comprensible solo para uno mismo.
Esa faceta sigue ahí, apagada, pero presente, porque cuando no queda nada queda uno mismo, queda siempre la verdad oculta, la que solo uno sabe, la que muchos matarían por saber, mientras nosotros tratamos de ocultar.
Y ahora parece que no importa expresar, que todo el mundo  vuelve al modelo epistolar.
Como antaño, cargaditos de mentiras de amantes de letras y palabras, pues no de sentimientos, bien ocultos en realidad. Solo cuentan los "te quiero", los "te amo" y todas esas estupideces, que a mí, solo vistas me saben a poco.
Pues qué hay más hermoso, más increíble que la palabras bonitas, suenen gracias al rebote de las hondas en tu cuerpo. Saliendo de esa boca, esa boca que te mata, poco a poco y con cada beso se lleva un pedazo de razón. Esa razón que quema a la soledad.
Quema como el sol del verano que absorve nuestro cerebro como una esponja, seca, bien seca, tanto que podría tratarse de un elemento de una colección de animales disecados. Y las pieles, tostadas, color caoba para  camuflarnos con el verano.

Empecemos entonces con la dulce locura, empecemos contigo, entonces con el difícil proceso de expresar la felicidad sin un "las rosas son rojas  y el cielo es azul".


Paula.

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