lunes, 30 de enero de 2012

La esencia.

Señoritas que hacemos el amor y esa misma tarde nos acurrucamos con papá en el sofá, viendo una película al lado de la chimenea como si no existiese nada más.
Corremos por la casa desnudas, saltando, chillando ... Al día siguiente nos sentamos en una silla y fingimos enterarnos e interesarnos por el temario.
Nos sentamos al piano rectas, firmes, las manos perfectamente colocadas, "posición armoniosa"; para luego llegar a casa y sentaros en el suelo como los indios con el pelo recogido sin nigún tipo de cuidado en un moño un tanto despeinado.
Podemos llegar tarde a casa, pero no podemos salir hasta el amanecer sin dar explicaciones de dónde está nuestro bonito cuerpo con este vestido, el cual en casa, tenía varios centímetros de más.
Nos hacen responsables de nuestro comportamiento, nos cuentan cada año lo mayores que nos hacemos, las cargas que se nos echan a la espalda, las consecuencias que es trae, cómo no debemos hablar, la paciencia que debemos ir cultivado, para luego perderla cuando seamos viejos, a los ahorros y en general a miles de cosas relacionadas con el futuro que más que prepararnos, asustan.
Pero luego somos muy pequeños para salir de noche sin reproches, para vivir solos, para viajar al fin del mundo, para quedarnos solos en casa, para ver las "cosas de la vida", para descifrar esos "ya lo entenderás cuando seas mayor" o para "cuando seas padre me lo cuentas". Y así una lista interminable de cosas para las que supuestamente no valemos.

En resumen, se encargan de volvernos locos, de hacer de esta etapa un poquito más de locura, de no saber realmente lo que somos, de ayudarnos a construir cuarenta vidas con sus cuarenta personalidades según con quien trates. Una maraña llena de contradicciones, de sentimientos opuestos, de emociones a flor de piel... eso señores no es, ni más ni menos, que la adolescencia.

PD: No sabemos quiénes somos, simplemente, tenemos una ligera idea de quién queremos ser.

Paula.

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